Paloma Migratoria, paloma de la Carolina o paloma pasajera (Ectopistes migratorius) era una especie de ave, hoy extinta, que pertenecía al orden de las Columbiformes, el mismo grupo en el que se clasifican las tórtolas y palomas comunes. Se trata del animal que ha sufrido el declive poblacional más acusado de la historia reciente, pues en un solo siglo pasó de ser el ave más abundante de Norteamérica (y tal vez del mundo) a engrosar la lista de especies extintas. Sus grandes bandadas de miles de individuos oscurecían la luz y el calor a su paso, y el aleteo producía brisa y ruido. Las palomas migratorias tenían el tamaño y aspecto general comunes entre sus parientes vivos. El plumaje era azul en cabeza y dorso, rojizo en el pecho y blanco en el vientre. Los ojos estaban rodeados de plumaje rojizo a modo de “gafas”, y sobre las alas había algunas motas negras. También eran negras las plumas de los extremos de alas y cola.
Las hembras eran menores que los machos y de colores más apagados. El azul, muy pálido, sólo estaba presente en éstas en la cabeza y parte de las alas, siendo el resto del dorso cobrizo o leonado. Las patas eran rojizas y desprovistas de plumas en ambos sexos. Esta especie era fuertemente social, desde primavera hasta otoño, estas palomas ampliamente difundidas por las regiones orientales y centrales de los EE. UU.; sus zonas de invernada se situaban en el golfo de México, desplazándose en bandadas de cientos de miles de individuos. Los testimonios de los primeros naturalistas que las describieron son simplemente asombrosos: las bandadas en plena emigración eran tan grandes que oscurecían el cielo a su paso y el aleteo que producían todos sus integrantes generaba una brisa y un ruido apreciables. La bandada más grande registrada medía 1,6 kilómetros de largo y tardaba varios días en cruzar una zona, durante los cuales disminuían la luz y el calor que recibían sus habitantes.
Las palomas realizaban estas migraciones multitudinarias para dirigirse a su zona de anidación, localizada en el noreste de Estados Unidos, y luego para regresar de vuelta a su área de invernada, situada alrededor de ésta y extendida desde Quebec y Saskatchewan, en Canadá, hasta el golfo de México. Por el oeste alcanzaban las primeras estribaciones de las Montañas Rocosas. Una vez en la zona de anidación, los animales dedicaban un par de días al cortejo y el apareamiento. El macho desvelaba sus intenciones volando en círculos sobre la hembra y luego intentando frotar su cuello sobre el de ella. En caso de mostrarse receptiva, el macho construía un nido con ramas pequeñas y después de aparearse, la hembra depositaba un único huevo en su interior. Tras esto, la pareja se turnaba para incubar el huevo durante 13 días, al cabo de los cuales hacía eclosión, y luego alimentaba a su único polluelo entre 15 y 17 días más. El único alimento que el pequeño recibía durante ese tiempo era leche de paloma, alimentos semidigeridos y almacenados por sus padres en el buche, que luego eran regurgitados a la cría.
Con este nutritivo alimento, los polluelos crecían tan rápidamente que a las dos semanas ya les salían plumas y sólo unos días después de esto abandonaban el nido y se independizaban. Para comunicarse entre ellas, las palomas migratorias usaban una colección de sonidos roncos similares a un “¡kek!” que significaba diferentes cosas según lo fuerte, modulado o repetido que se pronunciase. En contadas ocasiones emitían también un suave arrullo.
La alimentación era muy variada y se producía por igual en los árboles, arbustos y suelo. Los alimentos ingeridos más frecuentemente eran nueces, bayas, bellotas, insectos y otros pequeños invertebrados. Alimentos que encontraban en su biotopo natural, constituido por extensos bosques de fronda. Pasó de ser el ave más abundante de Norteamérica a estar extinta. Estas aves fueron cazadas de forma masiva desde el principio, con el fin de aprovechar su grasa, plumas y carne, que servía tanto para alimentar personas como para fabricar piensos para animales domésticos, sobre todo para los cerdos.
Su carne era frecuentemente consumida por las clases más humildes, ya que era más barata que la de cualquier otro animal. En 1805 en Nueva York un par de palomas costaba sólo dos centavos. Con la expansión del ferrocarril y la emigración de colonos hacia el oeste la caza y consumo de la paloma migratoria aumentó de forma increíble, y muchas personas se convirtieron en cazadores especializados de estas aves. Los colonos tenían poca simpatía a las palomas viajeras por su elevado número y porque se interesaban cada vez más por las semillas que ellos esparcían sobre las grandes superficies de cultivo, por lo que, finalmente, se organizaron matanzas masivas en las grandes colonias. Ya en la década de 1850 comenzó a observarse un brusco declive en el número de individuos, aunque esto no impidió que se siguiera cazando al mismo ritmo. En 1871 su número se cifraba todavía en 136 millones de individuos. En 1885 pudieron observarse los últimos y pequeños reductos de cría.
El declive aumentó a la par que se destruían también los bosques donde habitaba esta especie para destinarlos a la agricultura. El comportamiento de cría de estas aves era muy especializado y fue la causa biológica que provocó su extinción definitiva. En la época de cría, las palomas viajeras se reunían en grandes colonias y ponían sus nidos tan juntos que muchas veces los árboles se quebraban bajo su peso.
Los lugares de cría dependían de la oferta de alimentos y se fueron limitando a medida que progresaba la tala de los bosques. Sin embargo, las parejas incubaban un único huevo en cada periodo de cría, por lo que la existencia de la especie quedó amenazada cuando la mortalidad de los padres fue superior al ritmo de cría. A pesar del rápido crecimiento del pollo de la paloma migratoria, el hecho de que sólo hubiese un huevo por nidada fue determinante para que la población no pudiese regenerarse a medida que se mataban más y más ejemplares.
Para 1880 la situación ya era irreversible, por lo que se intentó iniciar algunos programas de cría en cautividad que fracasaron en todos los casos, probablemente debido a la estrecha dependencia entre la migración y la reproducción en esta especie, que impedía su cría en zoológicos. En 1896 se produjo el asalto a la última gran colonia de cría, matándose 250.000 ejemplares en un solo día que constituían el número total de los adultos en la zona. Las crías, huevos y nidos fueron abandonados al bochorno del sol y los depredadores. Curiosamente, las palomas migratorias cazadas entonces no llegaron nunca al mercado porque el tren que las transportaba descarriló y sus cuerpos quedaron desparramados y abandonados a su alrededor.
La última paloma migratoria salvaje de la que se tiene noticia fue tiroteada por un niño en Ohio, en 1900. Desde entonces no se ha podido probar ningún avistamiento en la naturaleza. Martha, el último ejemplar mantenido en cautividad, murió debido a su avanzada edad de 29 años el 1 de septiembre de 1914 en su jaula del zoo de Cincinnati. Fue congelada y enviada inmediatamente a la Smithsonian Institution, donde se sigue exhibiendo hoy en día su cadáver disecado.
Durante un tiempo se dio por extintos junto a la paloma migratoria a sus dos parásitos comunes, los piojos Columbicola extinctus y Campanulotes defectus. Sin embargo, el primero fue redescubierto después sobre ejemplares de paloma encinera (Columba fasciata), y el segundo se identificó más tarde como perteneciente a la especie Campanulotes flavus, que infecta a varias palomas más. Parece que al menos estos parásitos supieron adaptarse a la desaparición de su huésped, aunque se ignora si hubo otros que no pudieron hacerlo.
.-varios info internet.