Prefacio. La paloma buchona entró para siempre en mi vida. Esta es mi experiencia empírica, totalmente cruda de cómo empecé con la afición a los palomos buchones; una pintura, si se quiere a mano alzada, de una época, 1960, en un barrio de la provincia de Buenos Aires, Ramos Mejía, donde pasé mi infancia y adolescencia. En la mayoría de esos barrios había gran cantidad de aficionados a las palomas buchonas, generalmente personas mayores que nos enseñaban a los chicos como criar y volar estas aves maravillosas, contándonos, además, cientos de anécdotas referentes a la paloma. De estas vivencias nos fuimos nutriendo; en mi caso, – a preservar una sangre de palomos que recomencé en el 2001-, y a seguir escribiendo mis experiencias, algunas terminaron en un cuento… EL Canela. El origen de mi afición por la paloma buchona año 1957. Nos habíamos mudado con mi familia –Elisa, mi madre, Pantaleón, mi papá y Luci, mi hermana-, de la quinta de flores de Tapiales a Ramos Mejía, yo tenía 8 años. El barrio… Don Bosco. Barrio incipiente constituido por laburantes, la mayoría descendientes de inmigrantes como mi padre, calabrés… En ese tiempo era la radio el medio de entretenimiento casi exclusivo para los que no teníamos televisión; tiempo en donde mi madre nos habituó a escuchar las radionovelas, la mayoría de historias gauchescas o de cuchilleros. Carlos Chiappe, Audón López -el Negro Faustino, Omar Aladio, Adalberto Campos, algunos actores que recuerdo -; Héctor Bates y Carlos Chiappe libretistas.
De noche, mientras comíamos escuchábamos programas como El Glostora Tango Club, los Pérez García, con doña Amalia Sánchez Ariño, ¡Son Cosas de esta Vida!, con Nelly Meden y Raúl Rossi y humorísticos como Tatín, personaje de Tato Cifuentes, Pinocho, con Juan Carlos Mareco y la Revista Dislocada de Délfor, programa de los domingos al mediodía. Cuando mi papá compró el televisor, un Olympic Apolo, fue mágico. Las películas de “convoys” como les decíamos, los capítulos del Capitán Maravilla, El Cisco Kid, Annie Oakley, el Llanero Solitario, Los tres Chiflados… Eran citas impostergables frente al mismo, y los dibujos animados como El Pájaro Loco, El Gato Félix, Bugs Bunny, Las Urracas Parlanchinas, Popeye, Tom y Jerry, entrañables personajes con los que los chicos nos divertíamos, y que nos acompañaron durante nuestra infancia. Pero había en la tele un programa que me hacía volar la imaginación, Disneylandia. No voy a nombrar los inolvidables clásicos y actuales personajes de Walt Disney, puesto que la gente de más de cincuenta años que lean mi historia, deben conocer; Disneylandia – todavía tengo en mis oídos la voz del locutor con el fondo musical de la presentación – tenía cuatro módulos o temáticas, El Lejano Oeste, La Tierra del Futuro, la de la Fantasía y la de las Aventuras… Y en este último módulo, “La Tierra de las Aventuras”, me detengo para continuar, justamente con “la paloma”. En un capítulo de «El mágico mundo de Disney» de 1958 y se llamaba «The Pigeon That Worked a Miracle» o «La paloma que obró un milagro», -Google mediante- encontré el nombre y la sinopsis del film: Joven Chad Smith se convierte en un inválido después de un accidente en un partido de béisbol, y se ve obligado a negociar en su pasatiempo favorito para las carreras de palomas.
A través de esta afición recién descubierta, desarrolla un gran cariño por una de sus palomas que de repente se va volando, con el fin de escapar de un depredador barrio. Filmada al estilo documental, la película cuenta la historia de esta paloma especial y su viaje por todo el campo, antes de su eventual retorno al muchacho que la amó, el cual vuelve a caminar. Rápidamente algunas imágenes que aún retengo, y de ahí quedé prendado con mis ilusiones de chico a esa historia, deseando tener un ave con de esas características, de fidelidad a toda prueba. No recuerdo bien quién me regaló una paloma, parecida en la tonalidad de su plumaje a la paloma mensajera de ese capítulo. Creo que un compañero de la escuela primaria. La tenía en mi casa en un habitáculo que le hice con un cajón de manzanas, y cada vez que salía a la casa de algún amigo, o bien juntarnos en la placita del barrio, la llevaba conmigo, y en el trayecto mantenía una “conversación” con el ave sintiéndome de esta manera el protagonista de la película. Un día, en una de esas salidas con mi inseparable mascota, fui a la casa de mi amigo Juan Carlos, y su padre, que era aficionado a las palomas buchonas, me dijo, ¡es una buchona!. De ahí en más, la paloma buchona entró para siempre en mi vida… Ricardo Saccomanno. / Enviado por.- Pedro González
Ricardo Saccomanno, colombicultor argentino de larga data, creativo publicitario y profundo conocedor de las palomas buchonas y en particular del excelente palomo argentino de trabajo, descendiente de cepas puras de Valencianos antiguos que otrora llegaron al cono sur y que se mantienen intactas hasta el día de hoy, con profundo celo profesional, por los magníficos colombicultores argentinos. Hoy nos narra como se inició en esta bella afición, que mantiene hasta el presente formando un binomio inseparable entre el arte y el palomeo haciendo de ambos, una parte inseparable del otro. Gracias Ricardo por narrarnos tus historias y tus vivencias.
Creo que la inmensa mayoría de los palomeros, comenzamos de niños, por eso está ave se vuelve tan especial