Con el nombre de «gavatxuts» y «butxes», es como son conocidas en Menorca las palomas buchonas. Junto con las razas propias de nuestras islas, estas palomas mal llamadas «ladronas», contaron con muchos aficionados a su vuelo entre los menorquines. A finales del siglo pasado y primer tercio del que terminamos este año, Menorca fue pródiga en palomeros y palomares. Era una herencia de los siglos precedentes en que queda recogida esta dedicación por los historiadores. Yo llegué algo tarde a la cita y en muchos aspectos tuve que contentarme con las experiencias ajenas que me fueron relatadas por quienes tuvieron la suerte de vivirlas en primera persona. Algunos, es cierto, fantaseaban y no poco en cuanto relataban sus vivencias colombófilas, pero pronto te dabas cuenta de ello pues de tanto fantasear llegaban a «mostrar el plumero». Otros, sin embargo, eran mucho más mesurados en sus exposiciones, más plausibles en sus en sus historias y más rigurosos en los datos, y también ahí, uno se daba perfecta cuenta. En los primeros sus narraciones no coincidían con las de los demás y, en los segundos hallaban el respaldo de las que, como ellos, eran fieles a la verdad. Así, oyendo a los unos y los otros, llegué a conocer un poco de la vida colombicultora de mis abuelos menorquines, separando muy bien la leyenda de la realidad.
Uno de estos maestros fue Don Juan Camps, más conocido en Maó como «en Joanet de Ses Pesses» (Juanito de las Piezas -es una medida de terreno-). Era un aficionado de los que no abundan. Zapatero de los de oficio. Hombre, como ya he escrito en otras ocasiones, ponderado en el hablar, que sabia dar oídos a quien hablase, meticuloso en el hacer, gran observador y conocedor como nadie de las palomas. A mí me agradaba acudir a su casa, sentarme junto a su mesa de trabajo y mientras él confeccionaba zapatos y más zapatos, yo escuchaba atento sus comentarios y le acribillaba con mis preguntas. Conocía bien los «escampadisses» y sus vuelos, de sus defectos y sus vicios, así como del arte de su adiestramiento; de los «esbarts», estaba al corriente de sus diseños, de las formas, de las imperfecciones y cualidades. Dominaba las diferentes razas de palomas que cultivaban los aficionados en su plaza y sobre cada una de ellas te podía ilustrar. Fue el primero que me hizo observar dos marcadas diferencias entre los palomos puros «d’esbarts» y los que, a pesar de que morfológicamente pareciesen «esbarts», llevaban «vol catalá» en sus genes. Me solía decir: «… mientras vuelan en grupo esconden más o menos bien su secreto.
Es cuando tiene que volar solos que lo pregonan sin reservas. Los «esbarts» puros bracean al estilo de sus parientes los «escampadisses», mientras los que llevan «vol caltalá» bracean como los palomos desorientados». Y era verdad. Después, en mano, me solía hacer observar en los mestizos la presencia de la glándula uropigial o los vestigios de ella, que delataban el cruce. Pero no vamos a hablar de estas palomas, vamos a dedicarnos a las buchonas. Para el señor Camps, eran las preferidas. Tenia un palomar en la azotea de su casa para el vuelo y en la boardilla el «reformatorio», las hembras, los «reservas», y las parejas reproductoras. Yo quedaba atónito ante aquellas palomas y, por lo visto, profería toda suerte de comentarios de admiración. Joanet, sonreía. –«Ves este ahumado del fondo, es un valenciano, está «castigado» por haberse encaprichado en demasía de una «paloma rica»… no es de su estatus social, tiene excesiva calidad el palomar de la «dama» y esto puede acarrearle más de un disgusto al levantino… …su fogosidad es su mayor cualidad y al mismo tiempo su mayor defecto… …necesita control, es valenciano que se le va a hacer, pero es un buen palomo. No tiene pereza para el vuelo y goza de buena memoria el sinvergüenza… Ya le tuve castigado. Se enceló con una zurita del campanario de la parroquia…ella, ni caso… pero él, erre que erre. Le tuve que dar vacaciones unos meses para ver si se le pasaba el capricho. La zurita desapareció en el intervalo y decidí subirlo nuevamente al «cajón». Lo primero que hizo el muy cabrito fue ir directo al campanario…»
–«…El rodado que está sobre la percha, éste es «del país», lo tengo en el «banquillo» para que no extravíe su conducta. De jóvenes son demasiado atrevidos y si fallan en el «perdut» (paloma extraviada), se arriesgan demasiado haciendo visitas a los «burdeles» mensajeristas. No les apura el posarse en donde no pueden. Como es incansable volando tiene acceso a todas las tentaciones. Unas semanas de reposo y un tiempo volando con una hembra le frenaran sus desvaríos amorosos… y madurará un podo más. No es mal animal. Pícaro diría yo, pero como todos los «del país», es un todo-terreno al que hay que refinar, controlar y darle de tanto en tanto compañera para que tenga claro cual es su casa. Cuando los años le den «seny» (madurez, ponderación, etc.), será un excelente palomo para el «perdut»…»
–«…El negro es un rafeño, el pico, sus ceras y verrugas no dejan duda. El trabajo en el que más luce es en «encajonar» las hembras. Es un maestro… incluso, demasiado listillo diría yo. Es meloso, arrullador, elegante… Pero, también se sabe aprovechar -muy fácilmente-, del trabajo de los demás, que son los que hacen la faena de acercar las hembras al palomar. Es muy caradura… Si, si como ciertos «señoritos» de su tierra. Cuando no hay más remedio vuela, digo si vuela. Pero si ve que algunos de sus compañeros están por la labor de acercar a sus dominios la hembra o el «perdut», saben esperar. Éste está en el paro, para que no me «desengañe» y desmoralice al resto de personal de la azotea. Un conquistador innato, pero un vago de los de aúpa. Ya se que no voy a cambiarlo… lo lleva en los genes, pero daremos un respiro a la competencia»
–«…El tabaco o tostado aquel, con tanta «tripa», es colitejo (Seria lo más parecido a Marchenero, digo yo.) un volador nato, elegante y un tanto querelloso. Por el color resulta demasiado fácil de identificar por lo que se sienten molestos con sus visitas. Está en reposo por tener su identidad equivocada. Se cree que es un gallo de pelea, aún no se ha dado cuenta que lo suyo es «conquistar» a otras palomas… el otro día no veas como le dejó las narices al «Soté», el gavino valenciano que a Ti tanto te gusta… Lo dejó hecho un cromo. Pero lo vamos a «templar» un poco y se le pasaran estos aires. Todavía no se ha percatado de que, mientras él pierde el tiempo con sus riñas, sus compañeros son los que pisan la hembra… Lo pondremos a terreno… A éste lo veo yo trajinar como es debido, como me llamo «Joanet»… He tenido algunos colitejos que trabajaban maravillosamente y me han dado dias fabulosos con sus conquistas… …ya veras como de este sacamos «tajada».
«… El azul, aquel que barre los suelos, es –ahí si que se le iluminaba el rostro a mi buen «maestro»–, es un gorguero, tiene todo lo que, uno a uno, les pueda faltar a los demás, pero no es tacaño y sabe darlo… no está castigado. Le he dado un tiempo de asueto. Es que les quitaba tiempo de vuelo a los demás. ¿ No lo has visto volar? Con él si que no hay peligro por las «tentaciones» en casa ajena. Es casi ponderado desde el nido. Sale al vuelo en el momento oportuno visto el objetivo. Palmea lo suficiente para hacerse notar. Se coloca elegantemente delante de la hembra y empieza su elegante trabajo. Conduce al «perdut» con maestría. Ladea la cabeza en vuelo, para comprobar los resultados efectivos de su «arrastre» y si nota un pequeño desvío en la dirección del vuelo de su «conquista», modifica con suavidad su rumbo para no perder posición. Profundiza en sus cualidades de «arrastre», ofreciendo «casa», en un planeo en profundidad, arqueando aún más su cola, con los vértices hacia arriba, dando apoyo a sus alas, en el que es todo un ritual de conquista. Ya en el suelo, a dos metros del «cajón», sigue ejerciendo todas sus dotes de conquistador… enseña el camino a la «invitada» hasta el «cajón», con sus andares tan característicos ladeando continuamente la cabeza para no perderla de vista.
Si la hembra o el «perdut» recelan, vuelve a tras y repite su andadura… Es constante, tiene paciencia y, como no le pisen la hembra, está como ajeno a todos los demás componentes del equipo. Incluso, si algún macho le agrede, él pasará olímpicamente de sus picotazos para no distraerse de lo que haga la hembra… Yo he visto como le robaban un «plan»… el jodido del rafeño azul. Y él quedaba en la puerta del «cajón» ajeno, arrullando y realizando algún saque hacia el suyo, sin perder la esperanza de recuperar lo que aún no daba por perdido… Como ves, ahora solamente tengo un gorguero, pero antes de la guerra tuve varios… son los palomos que más satisfacciones me daban. Pero no solamente en el vuelo… los hice criar con valencianos «del país», y colitejos, para darles a estos lo que les faltaba y no fue malo del todo el cruce… Tu ya sabes que en esto de los cruces muchas veces se suma lo que no se debiera sumar y deja de adicionarse lo que si debería… vaya, que de cada diez al menos ocho fallaban… pero siempre me quedaban los puros. Para mi que el gorguero es como el pura sangre árabe… lo supera en velocidad el pura sangre inglés y en sus venas corre sangre árabe… lo supera en el trote el trotón francés o el ruso, pero, también éstos tienen sangra árabe en las venas… lo supera en el salto el hispano-árabe, pero también lleva su apellido… Este es el pura sangra árabe entre las palomas… Los «escampadisses» necesitan otro montón de palomas para poder deleitarse con su vuelo.
Los que cultivan el «esbarts» necesitarán dos pares de docenas de sus palomas para no aburrirse con su vuelo… Yo, con un solo gorguero–fácil de mantener, no?–, puedo gozar y complacer más que ellos». De lo que cuento han pasado ya cuarenta y cinco años. Cuando «Joanet» nos dejó, con él se fue el último de los grandes aficionados de antaño, los de una época dorada en la colombicultura menorquina. De cuando los cielos de Maó se cubrían de «escampadisses» volando. De cuando los «esbarts» daban una pincelada colorista a los cielos maoneses. O de cuando había aún, una decena de «parroquias colombófilas», «es satorranis» en las que se podía conversar con otros aficionados, cambiar, exponer o presentar palomas, o hacer gala de los logros de las tuyas. En el caso de los «gavatxuts» (buchonas), Menorca se benefició de ser una plaza muy militarizada y venir a ella numerosos reclutas de la península para hacer la «mili». Los había, como los hay o los habrá, que tenian el vicio de las palomas metido en la sangre y atraídos por los palomares locales, pronto entablaban amistad con los aficionados menorquines. Ellos fueron los que a finales del siglo dieciocho y en el primer tercio del diecinueve, hicieron llegar a nuestra Isla las palomas del levante y sur de España, indiscutible cuna de la mayoría de las razas a las que, agradecido, le he dedicado este breve comentario.
Pere Prats. /Maó (Menorca) 2000
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